. Charles Darwin describe un mamífero de Malvinas del cual no quedan vestigios.



"El número de esos lobos disminuye con rapidez; han desaparecido ya de la mitad de la isla que se encuentra al oriente de la lengua de tierra que se extiende entre la bahía de San Salvador y el estrecho de Berkeley. Dentro de algunos años, cuando estas islas estén habitadas, sin duda a ese zorro se le podría clasificar, como al dódo, entre los animales
desaparecidos de la superficie de la Tierra.  17 de mayo de 1834

A escrito Marcelo Dos Santos para la revista Axxon.

Existió en territorio argentino un soberbio animal que ninguno de nosotros llegó a ver.
      Existió un depredador inteligente y bello, parte del patrimonio argentino que se fue para siempre como consecuencia de la dejadez y la desaprensión de los gobiernos y las gentes.
      Existió un animal del que sabemos muy poco, casi todo gracias a científicos y cronistas extranjeros.
      El Warrah, el lobo-zorro de las Malvinas, se fue para siempre un infausto día del siglo XIX.
      Nunca volveremos a verlo, pero nos duele el corazón al pensar en él, porque nos quitaron algo nuestro. Algo bello. Una cosa más que nos robaron los ingleses.


El lobo-zorro, el Warrah, fue la única especie de mamífero superior terrestre de nuestras islas Malvinas (nota para los lectores no argentinos: SÍ, las Malvinas son argentinas, se encuentran en la plataforma continental argentina y en el mar jurisdiccional argentino). El único. Si bien hay otras especies de mamíferos indígenas de nuestra Malvinas, todas ellas son marinas.
      Pero el warrah era una especie singular, extraordinaria, que, se dice, depredaba con inteligencia sobre los huevos de los pingüinos malvineros y las crías de lobos marinos y focas.
      Según relata David Alderton en su obra Foxes, Wolves and Wild Dogs of the World, quien describió al warrah por primera vez fue un marinero británico de la fragata HMS Warfare, que visitó el archipiélago en 1689. El inglés de marras escribe en su diario que el warrah medía 60 cm. de alzada (grande para un zorro) y que su pelaje era marrón rojizo y gris. Las orejas eran negras y el vientre pálido. Parecía un lobo con las patas cortas como un zorro. El marino refiere que acostumbraba ladrar como un perro, lo que le ganó las simpatías de los tripulantes, que no lo perseguían.


Sin embargo, tristemente, la introducción del ganado lanar por los pobladores españoles alrededor de 1700 marcó el comienzo del fin para el pobre warrah. El depredador, habituado a guardar el delicado equilibrio ecológico de un sistema cerrado como las islas, y acostumbrado a ganarse un magro y dificultoso (amén de peligroso) sustento entre pájaros marinos, plantas y lobeznos de mar, encontró -se dice- en las ovejas una vía más económica de sobrevivir. Se cuenta, entonces (aunque ello, como en el caso del lobo marsupial de Tasmania, no está documentado) que el warrah cambió de dieta, y que los corderos malvinenses se convirtieron en protagonistas primordiales de sus festines.
La persecución no se hizo esperar. Los gauchos argentinos cazaban a los warrahs en grandes números. El procedimiento, de tan simple, es aterrador: dada la confiada personalidad de los lobos-zorros, ofrecían al animal un trozo de asado con la mano izquierda. Cuando el lobo se acercaba (¡para comer de la mano del hombre, al que no temía!), el gaucho lo apuñalaba en el cuello con el facón en la mano derecha, que hasta entonces había tenido oculta tras la espalda.
      Con la conquista inglesa de las islas, los ovejeros británicos apelaron a métodos más expeditivos y menos artesanales: simplemente sembraron todas las islas con cebos envenenados, y cosecharon una monstruosa cantidad de pieles de warrah, de excelente calidad y altísimo precio en el mercado norteamericano.
      El biólogo Charles Darwin, que visitó nuestras Malvinas en 1833 a bordo de su nave "Beagle", comprendió que la población de los warrahs disminuía a ojos vista, y que, de no ponerse coto a su persecución, la extinción estaba garantizada a corto plazo.
      Y no se equivocaba el Padre de la Evolución: en 1869, haciendo lugar a las quejas de los productores lanares, el gobierno inglés de las Malvinas comenzó a pagar recompensas de a libra por cuero de warrah. La especie ya estaba condenada. El único warrah en cautiverio había muerto en el Zoológico de Londres el año anterior, y el último salvaje de las islas fue muerto a tiros por un estanciero inglés en 1876, a siete años de la vigencia de la recompensa y sólo 43 años después de la ominosa y clarividente predicción de Darwin que abre este artículo.


Pero, al igual que en el caso del lobo marsupial (Tasmanian Tiger o Thylacinus cynocephalus), es muy posible que las acusaciones de depredar ovejas contra el warrah sean falsas de toda falsía. Se ha demostrado recientemente (2002) que las ovejas muertas supuestamente por el lobo marsupial habían sido devoradas, en realidad, por bandas de perros vagabundos (Canis lupus familiaris) dejados en libertad por los primeros pobladores ingleses de Tasmania. En la misma línea de pensamiento, no hay una sola prueba documental o instrumental de que el warrah se haya acercado siquiera a las muy británicas ovejas malvineras.

Así que, encima, es probable que su aniquilación haya sido injusta y amañada. Ni siquiera sabemos con certeza que comiera ovejas. Nuestros conocimientos sobre la alimentación del warrah son, como máximo, deducciones de Darwin y otros investigadores del siglo XIX. Con respecto a sus hábitos reproductivos y a su comportamiento social, directamente no sabemos nada.
Los zorros, estrechamente emparentados con otras especies de cánidos como el lobo (incluyendo al perro, subespecie de este último), el chacal y el coyote y, a través de ellos, con los osos, están ampliamente distribuidos por nuestro planeta.
      El más común de los zorros, el zorro rojo (Vulpes vulpes, no confundir con nuestro zorro colorado), se extiende por Europa, Asia, el norte de África y Norteamérica. Otras especies del mismo género, V. velox y V. macrotis son endémicos de Nuevo México y Texas. Otras especies de Vulpes habitan en Asia y África.


El precioso zorro gris, Urocyon cinereoargentus ostenta, como su nombre lo indica, un manto plateado ceniciento que, infortunadamente para él, lo hace muy apreciado en peletería.
      El elenco zorruno se completa con el espectacular zorro ártico (Alopex lagopus) y el pequeño y simpático feneco (Fennecus zerda) de grandes orejas, pequeño tamaño y preclara inteligencia.
      Sin embargo, el extremo austral de Sudamérica alberga otro género de zorros: el zorro colorado patagónico (Dusicyon culpæus), que, según algunos, fue introducido desde Europa en el siglo XIX. Si tal aseveración fuese cierta, no habría motivos para que difiriese tanto del género Vulpes. Su dimorfismo es tal, que, en rigor, se lo clasifica en un género aparte: Dusicyon (también llamado Pseudalopex).
      El warrah o lobo-zorro de las Malvinas, también llamado zorro isleño, zorro de las Malvinas, zorro-lobo, zorro-lobo de las Malvinas y (erróneamente) zorro antártico, recibió su primer nombre científico (erróneo también) del zoólogo alemán Bechstein: Canis antarcticus. Fue descripto como una especie de zorro, similar al zorro patagónico (por Kerr en 1792, díganme que fue introducido en Argentina en el siglo XIX), y redenominado (esta vez con más acierto) como Dusicyon australis.


El warrah era confiado y manso, de estructura robusta y medía unos 120 cm de largo de la punta de la nariz a la punta de la cola. Su hermoso pelaje era muy tupido, suave y delicioso al tacto, con pelos pardoamarillentos de punta negra. Su cuello y patas eran amarillos o bayos, y el vientre, la garganta y los labios, blancuzcos.
      Los rasgos físicos más distintivos del lobo-zorro eran sus orejas, grises y aterciopeladas por dentro y amarillas por fuera, y su cola exhuberante, parda en la base, negruzca en la parte media y con un llamativo penacho blanco en el extremo. Esta extraordinaria característica sólo se encuentra actualmente en el aguará-guazú entre todos los cánidos sudamericanos.



Oldfield Thomas, un mastozoólogo británico, observó a principios del siglo XX que las dos islas mayores del archipiélago malvinense albergaban poblaciones de warrahs que guardaban diferencias morfológicas entre sí: los de Gran Malvina eran más pequeños y más rojizos, mientras que los de Soledad eran mayores y de pelaje más oscuro. Así, decidió dividir a los warrahs en dos subespecies: llamó Dusicyon australis sp. australis (Kerr, 1792) a la variedad de Gran Malvina y Dusicyon australis sp. darwinii (Thomas, 1914) a la subespecie de Soledad, en el convencimiento de que ésta era la que había sido descripta por Darwin en su célebre viaje.
      El hecho de haberse extinguido hace más de un siglo, antes de haber podido ser estudiado concienzudamente, y la dramática falta de ejemplares conservados, han complicado su clasificación sistemática. Aún hoy día, algunos autores siguen afirmando que Dusicyon era un subgénero del género Canis (lo que aparenta ser una exagerada simplificación), mientras que los más estrictos aseguran que el nombre específico de Dusicyon debe reservarse exclusivamente al lobo-zorro, mientras que las especies patagónicas emparentadas deben seguirse llamando Pseudalopex para evitar confusiones.
      Los defensores de la pertenencia del warrah al género Canis han manifestado que todos los demás estaban equivocados, aseverando que Dusicyon debía ser incluido en Canis porque era tan perro doméstico como Canis dingo lo es en Australia. El "pequeño" detalle que invalida este absurdo es que, precisamente, para ser considerada doméstica, una especie debe estar asociada arqueológicamente con restos humanos, siendo que jamás se ha encontrado en Malvinas evidencia alguna de la presencia humana en tiempos prehistóricos. Por lo que a la ciencia seria respecta, el único mamífero superior terrestre que ha habitado jamás nuestro archipiélago es el bueno de Dusicyon australis.


En los oscuros y terribles vendavales y nevadas del grupo de islas, la vida del warrah ha de haber sido dura, difícil y sombría. Se ha escrito que, en las épocas en que no podía obtener crías de mamíferos marinos ni huevos de aves para alimentarse, el pobrecito zorro se veía obligado a frecuentar las turberas, playas y pajonales de las costas, para malvivir a base de restos de mariscos y carroña. Los nidos de los pingüinos y cauquenes debieron conocer su noble estampa cuando, acuciado por el hambre, debía renunciar a la carne fresca para pasar a una dieta de pichones y huevos.
Cavaba, dicen, profundas madrigueras para proteger a sus cachorros de los vientos y las bajas temperaturas, y su naturaleza mansa y calmada nunca se modificó, aún después de que doscientos años de genocidio a manos del hombre le hubiesen demostrado cabalmente que esa especie bípeda y traicionera no era digna de su confianza. Tan tarde como en 1873, el hombre seguía llamando al warrah con un silbido, y el lobito se acercaba, buscando una mano amiga o acaso un trozo de charquicán o de tocino.
      Por supuesto, lo único que encontraba era el acerado filo del puñal cruel buscando su garganta.
      Y fue así que el warrah fue empujado al exterminio, convirtiéndose en la primera especie oficialmente extinta por la depredación humana en el territorio argentino. Cuenta la leyenda, también, que el lobo-zorro fue la única especie exterminada en forma deliberada en un solo día: según algunas fuentes, una noche de marzo de 1876, todos los ovejeros ingleses de Malvinas, armados de palos, fusiles y veneno, asaltaron las zonas de reproducción de los pocos warrahs sobrevivientes y los mataron a todos.


El último ejemplar que se vio con vida había sido regalado, de cachorro, por los tripulantes de una goleta lobera a unos pobladores de la Isla Pavón en 1875, según cuentan los memoriosos de Comandante Luis Piedrabuena, en la Provincia de Santa Cruz.
      El warrahcito, modelo de dulzura y buen comportamiento, vivió entre la gente como animal doméstico perfectamente adaptado hasta abril de 1876. Una tarde se lanzó al río Santa Cruz y se alejó nadando, y nadie volvió a verlo jamás.
      Las pieles de warrah fueron procesadas durante años por una planta industrial norteamericana asentada en las Malvinas y exportadas al "gran país del norte". Hay quien dice que, si los cueros de su pariente fueguino (el culpeo, foto de arriba) son apreciadísimos por la industria peletera, el de Dusicyon era de mejor calidad aún. Cientos de miles de piezas se exportaron durante más de dos siglos, y reportaron multimillonarias ganancias y tasas impositivas a granel.
      No es extraño que se culpara al pobre lobo de depredar ovejas: con tal de tener una excusa para aniquilarlo y vender sus cueros, igualmente podría habérsele imputado el asesinato de Kennedy o la oprobiosa caída del Imperio Romano de Occidente.

Quedan por explicar dos misterios acerca del fantasmal lobito del vendaval.
      El primero de ellos es su nombre común: warrah.
      Desde hace años me llamó la atención que el principal periódico inglés de las Malvinas llevara precisamente ese nombre, "Warrah", por su connotación y sonido indígena.
      Al poco tiempo me convencí, y varias fuentes coinciden, en que "warrah" es una corrupción fonética inglesa de la palabra guaraní "guará", que significa "zorro" y se pronuncia casi exactamente igual.
      Sin embargo, el nombre "warrah" para describir a la especie que nos ocupa se usa desde los albores del siglo XVII. Es seguro, entonces, que gauchos o peones de campo argentinos o paraguayos fueron llevados a Malvinas por sus patrones españoles y siguieron prestando servicios -ellos o sus descendientes- a sus nuevos empleadores británicos luego de la captura de las islas.
      Porque el idioma guaraní sólo es hablado en la Argentina por grupos humanos del litoral nordeste (correntinos, chaqueños, formoseños o misioneros) y es una de las dos lenguas oficiales de la República del Paraguay.
      Nadie ha podido, hasta el día de hoy, ofrecerme una mejor teoría.

La segunda pregunta misteriosa (acaso más perturbadora) gira alrededor de la procedencia del lobo-zorro de las Malvinas.
      El caso del dingo (con el cual, como queda dicho, se ha intentado infuctuosamente trazar un paralelismo), puede explicarse a través de las antiguas migraciones humanas del Sudeste asiático hacia Australia. Hace unos 5000 años, los navegantes asiáticos pueden haber llevado lobos indios (Canis lupus pallipes) o árabes (C. l. arabs) en sus canoas, trasladándolos a Australia como auxiliar en la caza o simplemente como comida viva, ganado menor en pie. Luego de tantos siglos aislado de sus congéneres (también único mamífero placentario terrestre de la gigantesca isla-continente), Canis dingo persistió sin mezcla como perro de pura raza.
      Pero no parece que sea éste el caso del lobo malvinero. Si no se ha encontrado siquiera una sola evidencia de presencia humana en la isla antes de los tiempos modernos, ¿cómo se supone que debamos entender la existencia del warrah en nuestro archipiélago?
      Tres teorías, todas sin comprobar (y tal vez nunca lo sean) pero muy interesantes, han tratado de explicar este interrogante.
      La primera, ya citada, refiere el traslado de zorros patagónicos a las islas por antiguos navegantes canoeros. Se la considerará errónea hasta que se encuentren restos arqueológicos (lo que, a esta altura, parece ya altamente improbable).


      Una segunda apunta a la situación de las Malvinas en el supercontinente Gondwana. Como se observa en el mapa, las Malvinas (señaladas con un círculo) estuvieron, hace 130 millones de años, en el preciso centro de una aglomeración supracontinental que incluía a Sudamérica, África, la India, la Antártida y Australia. ¿Pudo un antepasado de los mamíferos quedar atrapado en esas islas y evolucionar independientemente para devenir en nuestro perdido warrah cuando ellas quedaron aisladas en medio del mar? Es muy improbable. Ningún mamífero de nota vivía en Gondwana en aquellos tiempos, y es muy poco probable que un dinosaurio, antepasado de un mamífero carnívoro, haya evolucionado hacia el zorro sin dejar huella paleontológica de tipos ancestrales como osos o, más atrás, reptiles parecidos a mamíferos. De hecho, en Malvinas no se han hallado fósiles de saurios en absoluto.
      La tercera y quizás más razonable explicación refiere a tiempos más recientes: hace unos dos millones de años, en el Pleistoceno, las Malvinas estuvieron o pudieron estar unidas a Santa Cruz por un puente de tierra. A través de él pudieron los zorros patagónicos llegar caminando hasta Malvinas. Si el puente no existió, al menos sí se sabe que el nivel del mar era mucho más bajo en aquellos tiempos (unos 80 cm en promedio en esa zona), por lo que algunos warrahs grandes pudieron llegar caminando por el fondo sin prácticamente mojarse los bigotes.


Sin puente, la teoría no explica qué comieron los warrahs durante el ímprobo trayecto de 450 km. Con las patas en el agua (a menos que hayan aprendido a pescar), ni por qué, si los zorros pudieron ir caminando por el agua, no se les ocurrió lo mismo a otros animales de igual o mayor porte (guanacos o ñandúes o incluso al hombre, ya que el período Pleistoceno culminó hace sólo 10000 años). Con puente, tampoco explica por qué sólo el warrah decidió emigrar, ni por qué no hemos hallado restos humanos en las islas.
      Es probable que estas dos cuestiones acerca de nuestro bello lobito austral permanezcan en el misterio para siempre.

Nada nos queda del warrah, de modo que ni siquiera podemos concer su aspecto con certeza: pese a lo abundante que fue, hay hoy sólo dos mandíbulas, once cráneos, seis cueros rellenos y dos ejemplares embalsamados, dispersos entre distintos museos del mundo. Puede vérselos y añorárselos en Londres (British Museum of Natural History y Museum of Royal College of Surgeons), Estocolmo (Naturhistoriska Riksmuseet), Filadelfia (Academy of Natural Sciences), Bruselas (Institut Royal des Sciences Naturelles de Belgique) y Leyden (Rijksmuseum van Naturlijke Historie). Había también algunas piezas en le Museo de Historia Natural de París, pero se han perdido, fueron robadas o han sido destruidas.
      En la Argentina, fieles a nuestra desaprensiva costumbre, nada. Ni un cráneo, ni un diente, ni siquiera un pelo de warrah. Y no porque se hayan perdido: nunca los hubo. Nunca nadie se ocupó jamás de conservar un testimonio acerca de nuestra primera especie aniquilada.

A pesar de su amargo y trágico destino, hay quien dice que, en las tormentosas noches malvinenses, entre el rugido del viento antártico pueden escucharse sonidos que semejan unos agudos, cortos, nerviosos ladridos. No es el grito de las aves en sus nidos: no es el golpe del mar contra las rocas.
      Es el gemido insomne de las almas de los warrahs, perdidos para siempre y convertidos en tristes y solitarios fantasmas del vendaval.



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