Del alambre a la trigonometría. Recuerdo que se entremezclaron sobre la pérdida de un amigo.



La reciente muerte de Alberto Chenú trajo a mi memoria una serie de circunstancias ligadas a mi vida, y al momento en que lo conocí.

Yo terminaba mi escuela secundaria y me destacaba en mi interés por las matemáticas. Todavía no sabía cuál sería mi futuro, la universidad era una palabra lejana, y como alumno aplicado que era sabía que mis conocimientos como Bachiller COP –con orientación pedagógica- no me habilitaba para ejercer la docencia, pero en algún empleo en la localidad, en tareas no muy complejas, no tardaría en aprender.

Por entonces tenía de profesor a Luis Carrizo, de oficio topógrafo, pero que brillaba más como locutor en Canal 13. Yo me enteré por el lado de mi padre, que trabajaba como encargado de depósito en Red Caminera –la empresa constructora del aeropuerto- donde carrizo hacía su tarea. Lo suyo era una aplicación concreta de la materia Trigonometría y Geometría del Espacio, que dictaba en el Instituto Don Bosco, y tenía como ayudante o asistente a Alberto Chenú.

A este Chenú lo tenía por visto en la Confitería Roca, donde ingresaba con porte ceremonial llevando la llave del auto en la misma mano donde habitualmente doblaba la campera. Casi siempre en la otra un cigarrillo encendido y si te acercabas a él –que elegía un lugar en la barra- notabas que estaba sumamente perfumado. De algún lado me llegó la noticia que era parte de una tragedia que se había dado por el año 1954 cuando sus padres se ahogaron mariscando en Cabo Peñas y quedaron esperándolos en la playa –donde estaban jugando- los tres hijitos: una nena, dos varones, uno de los cuales estudiaba para cura en el norte.

Alberto y Luís eran compañeros de trabajo en el Canal, donde Chenú era operador.

Un día Carrizo me pidió que me quedara a conversar al salir al recreo. Había suplantado aun ingeniero de Vialidad que se equivocaba con suma frecuencia cuando realizaba ciertas operaciones en el pizarrón, y me tenía a mí y otros dos o tres –en un grupo de ocho- para hacer lo las ecuaciones que nos mandaba la tabla de logaritmos.

El diálogo con el profesor (en la foto carnet) giró en torno a mi interés por la trigonometría, y era un invitación a ver cómo era el trabajo en el terreno. Cursábamos a la tarde y lo vería a la mañana.


Al informar en casa que tendría que levantarme temprano mi padre sugirió que fuera con el hasta el obrador, que funcionaba donde había estado un tiempo atrás la incendiada fábrica de parquet Futura, y que allí alguien me llevaría hasta el futuro campo de aviación. Yo le dije que no me levantaría tan temprano, y que iría directamente y cortando campo hasta mi destino. No me imaginaba yendo con mi padre en tramos largos, puesto que sabía que me era difícil seguirle el tranco, y tenía cierta vergüenza en el pedir; así que salí una hora después que él –tipo siete de la mañana- rumbo a mi cita de aprendizaje, en un día de primavera extrañamente sin viento y con sol.

En medio de ese encuentro luminoso, yo que por entonces tenía mejor vista, advertí que Chenú y Carrizo era las siluetas que se encontraban en medio de la nada. Por cuestiones de proximidad di con el ayudante. Que me saludó ceremoniosamente mientras sostenía un largo palo centimetrado, y comenzó luego a explicarme en qué consistía la tarea. Yo había ido con mi tabla de logaritmos y un cuaderno nuevo, una birome y un lápiz de carpintero para realizar las anotaciones que creyera convenientes. Chenú impostaba la voz para dar énfasis a algunas explicaciones, tratando a la vez de disimular cierta tartamudez que lo asaltaba. Eso de la tartamudez me habían dicho formó parte del susto que había tenido cuando quedaron toda una noche en la playa, cuando a los padres lo llevó la marea.


 Las tablas de logaritmos eran difíciles de conseguir, no había librerías en el pueblo y se tenía que conseguir de manos de algún antiguo alumno, la mía había pertenecido a Orlando Oyarzo, que comenzaba a ser secretario en el colegio después de haberse recibido allí como maestro, y estaba bien cuidada. El lápiz de carpintero formaba parte de las herramientas de mi padre, se solía colocárselo detrás de la oreja derecha, de la cual lo tomaba para hacer algunas anotaciones especiales. Yo era de oreja blanda, y el lápiz se caía, si lo colocaba tras la patilla de los anteojos se deslizaba en el andar, así que lo tenía metido en la espiral del cuaderno. En un momento me dijo Alberto si no tomaba nota de lo que él me decía, y yo que esperaba los dichos de mi profesor, al que consideraba palabra más autorizada, procedía a dibujar sobre las hojas cuadriculadas un dibujo o boceto de ayudante, con la lejana sombra del topógrafo allá a lo lejos.

En uno momento mi profesor hizo gestos para que me acercara, y Chenú me despidió con una efusividad como si no fuéramos a vernos nunca más. Con Carrizo se dieron otras explicaciones y luego me remitió a las anotaciones que hacía, en parte de las cuales llegue a intervenir como una suerte de secretario.

Le dije que tenía que volver a casa en un tiempo perentorio, para llegar a almorzar y luego ir a la escuela, entonces dijo que podría quedarme un tiempo más porque a esa hora encontraría quien me acercaría al pueblo.

Y eso de acercarme fue así, porque un camionero me dejó en el obrador, y allí si debí volver con mi padre: el a su tranco normal, y yo corriendo a su lado, porque mi padre me aventajaba en altura unos 25 centímetros. En el trayecto fui contando lo que había aprendido, y que tendría que ir unos días más para estar más en tareas.

A la segunda cita me pasaron a buscar “mis dos jefes” y de vuelta el regreso se dio por la vía del camionero. Cuando le conté a él lo que estaba haciendo, me dijo que tal vez me estaba preparando para reemplazarlo a Chenú, que estaba noviando y que tal vez pronto se iba a casar. Me dijo que la enamorada era una de las chicas Parún.

Yo no sabía bien cuál de ellas era, y creo que ya tenía a una por casada con uno de sus vecinos –los Parún y los Vukásovic ocupaban cada uno media cuadra sobre  Piedra Buena. Parún tenía una de las dos panaderías del pueblo, y las hijas eran dos muchachas fornidas de las que tenía conocimiento que llegaban al puerto, con su hermano Ivo como chofer, y mientras este esperaba en la cabina iban cargado sin mayor desmayo las bolsas de harina que llegaban para el comercio familiar. Ivo era objeto de cargadas por alguna de la muchachada portuaria y como los Parún también tenían aserradero también imaginaban a las mujeres arremagadas hachando árboles mientras el chofer controlaba la situación.

Uno se informaba ya a esa altura de la vida sobre lo que eran sus vecinos por los chimentos que en el pueblo se construían sobre estos y aquellos.

Mi experiencia sobre el manejo práctico de los trigonométrico llevo un tiempo más, yo estudiaba el lenguaje de estos hombres, e incorporaba algunos tecnicismos. Un día le pregunté a Carrizo lo que tendría que estudiar para ser como él, entonces me habló de cómo se enseñaba la topografía en el ámbito militar, pero como también era un estudio menor de la ingeniería que se daba en universidades. Al poco tiempo apareció con un libro guía donde aparecían además todas las carreras que se podían seguir en el país. La que me interesó duraban nada más que tres años en la Universidad Nacional de La Plata, una ciudad que no era Mar del Plata, y que quedaba no  tan lejos de la Capital Federal.

Allí dirigí mi correspondencia solicitando mayor información, pero a la vez incluí un segundo correo hacia la Escuela Superior de Periodismo donde también había una carrera corta que yo pensé podría cursar simultáneamente.

Al vuelta de correo llegaron las instrucciones, y con el tiempo tuve la oportunidad de pisar suelo platense con todas mis ilusiones.

¿Pero qué pasó con mis estudios de trigonometría?

Cuanta esperanza tenía mi padre en que pudiera realizar ese aprendizaje, era tema continuo en las sobremesas, él había trabajado por años como alambrado, y yo como Agrimensor entraría en una etapa superior de la tarea de medir la tierra: y me contaba reiteradamente una historia que yo sabía de cómo se había determinado al metro como unidad del sistema decimal, y que el mismo era la diez millononésima parte del cuadrante del globo terreste.

Y a modo alagador decía. ¡Cuando nos ha dado este país, de un padre alambrador un hijo topógrafo!

¿Pero que pasó con sus estudios de trigonometría? –Fue lo que me preguntó unos años después Alberto Chenú, con gesto ceremonioso, al encontrarnos en Radio Nacional, yo como locutor bisoño, el como veterano operador.







3 comentarios:

Horacio dijo...

Muy lindo relato,transportas bien al lector a esa epoca, triunfo lo más callado en tu juventud?? O el periodismo sonaba más fuerte??

DEM dijo...

Estimado Mingo, acotación histórica; El día de la confirmación en que desapareció la Mama de los ChenÛ, fue el Padre Muñoz el encargado de transmitirles la mala nueva a los hermanos un rato antes de la oración nocturna previa a irnos a dormir. Es decir ellos no estaban en la playa de Cabo Peñas, quedo sola la hermanita.

demartinez

Anónimo dijo...

Gracias por recordar a mi padre Mingo. Muy lindo el relato y la gran variedad de detalles que expones. Te mando un gran abrazo! Alberto Chenú (hijo).