Leyendas urbanas: La dama de blanco. Escribe María Eva Toledo.

       Corre el año 1983. Es una noche interminable del invierno sureño, en Río Grande, Tierra del Fuego, donde un grupo de conscriptos están la cocina del Batallón de Infantería  Nº 5, junto al capitán médico, escuchando a un compañero que cuenta algo que le pasó.

      - ¡Se lo juro doctor, es verdad! – repite José Muñoz.
    - ¡Seguramente ese día te tomaste algo de más! – dice el médico mirándolo con un gesto burlón.
     - ¡No, doctor ni una gota de nada, y eso que el frío mataba, vea!
      Algunos sueltan la risa. Mientras el mate circula, José Muñoz vuelve a su relato.
      - Fue hace casi un mes. Eran como las dos de la mañana, hacía un frío terrible. Estaba de imaginaria, allá sobre la avenida. ¿Vio? Bueno, yo caminaba para no congelarme. ¡Pero nada, el frío seguía apretando!  Llamé por el handy a Gómez que estaba en la otra punta, él también estaba como yo, muerto de frío. Dejé el fusil para prender un pucho. ¡Y entonces la vi! Era una mujer alta, con un vestido blanco, largo… ¡Me quedé duro! Ella caminaba por la barda como sin tocarla. Se fue acercando y la vi mejor. Tenía el pelo claro y suelto. Parecía llevar algo en las manos, pero no pude distinguir qué era. No se veía a nadie por la avenida, ni un auto, ni un cristiano. ¡Nadie! Y yo decía para mí: ¿De dónde salió esta mujer? Lo quise llamar de nuevo a Gómez pero el handy estaba mudo. Entonces, agarré el fusil, salí afuera y di la voz de alto, pero la señora pasó de largo y…  desapareció ¡Pero les juro que la vi! – termina con los ojos agrandados como si estuviera viendo lo que relata.
     Todos se quedan mirándolo, alguno que otro larga una risita incrédula, el doctor también sonríe. Solamente el soldado Quispe se queda serio, mirando el piso como meditando.
     -Yo también la vi - dice despacio. Cesan las risas - Sí, la vi, justito para el aniversario de lo del General Belgrano, lo del hundimiento. ¿Se acuerdan de eso, no?
     -¿Y por qué no dijiste nada? – pregunta el médico ya no tan sonriente.
     -Porque nadie me iba a creer… pero ahora que él lo dice…– contesta el soldado cabizbajo.
     -¿Así que teníamos una dama dentro del batallón y no sabíamos?- exclama el soldado Castro burlón- Sería un fantasmita agradable de encontrar. ¿No les parece?
      Algunos ríen festejando el chiste, otros se quedan esperando la palabra del médico, que se queda pensando unos instantes muy serio.
     -¿Saben que vamos a hacer? Vamos a poner a los dos de guardia otra vez, a ver… ¿A cuánto estamos hoy? Primero de agosto, justo. Mañana se cumple un año y tres meses del hundimiento del crucero General Belgrano. Quispe quedará en el puesto de la avenida y Muñoz en la de la otra esquina, a ver que pasa.
     Todos mueven la cabeza, asintiendo, Quispe y Muñoz se miran asustados, pero no pueden negarse. Y todo queda decidido.
     2 de Agosto  a las 2.30 de la madrugada.
     Quispe está en su puesto. Camina a paso firme  para calentar sus pies. Llama a Muñoz por el handy, ninguna novedad. La noche está clara y estrellada. Mira hacia el mar, nada. Vuelve a caminar. Abre el handy:
     -¿Muñoz, todo bien?
     -Sí, nada ché. Mirá si veo algo, largo un tiro. - Contesta la voz algo nerviosa del compañero.
     -Bueno, dale, yo hago lo mismo.
     Cuando apaga el comunicador, Muñoz ve claramente por la ventana de la caseta la figura de la mujer avanzando como en el aire. La boca se le seca de golpe. Quiere moverse y no puede. La figura pasa ante sus ojos horrorizados en dirección al otro puesto de guardia. Sólo reacciona cuando escucha el disparo y llama entonces al puesto de guardia principal echando a correr desarmado hacia donde está Quispe.
     Ve a lo lejos las luces del jeep de la guardia que se acerca, pero él llega primero. El soldado está tirado en el piso, con el arma aún caliente  en las manos.
      Llegan tres más, entre ellos, el doctor que se agacha para revisarlo.
     -¡Está desmayado, no es nada! ¿Qué pasó?
     -¡Apareció de nuevo doctor, yo la vi, de seguro que él también!- El médico lo mira. Muñoz está pálido y tembloroso. Quispe reacciona, diciendo espantado:
      -¡Volvió, volvió!  ¿Vos la viste Muñoz?
     -¡Vaya si volvió! - La voz de Castro se escucha sin su tono burlón- ¡Miren!- dice enfocando su linterna hacia un costado.
     Sobre la nieve, se ven las marcas de las pisadas de ellos, pero un poco más allá, cerca de la caseta, un ramo de flores azules y blancas atadas con una cinta negra, ponen el toque de color sobre el frío suelo, como si fuera el homenaje de una bandera enlutada para quienes murieran tragados por el mar…
                                                                               


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