La tierra maldita de Lobodón Garra


2010-12-08 00:00:00En los primeros años de la década del treinta, el autor de este libro realizó un periplo de distintas navegaciones por las aguas patagónicas y antárticas en naves de trabajos. Los canales y fiordos del Pacífico, el Estrecho de Magallanes, el Cabo de Hornos, las islas Orcadas y las Georgias del Sur lo tuvieron como testigo de las rudas tareas que se soportaban en aquellos años.
Marinos, loberos, indios, presidiaros y otros personajes olvidados de la civilización de las grandes urbes fueron magníficamente retratados en las páginas de este libro.




Autor: Liborio Justo nacio en Buenos Aires en 1902 y falleció en 2003 a la edad de 101 años. Vivió una vida de inusual intensidad como viajero incansable, lector, escritor, periodista, fotógrafo, militante de izquierda y gran analista de la historia argentina. Hijo del general Agustín Justo rompió con sus lazos familiares aliándose a la izquierda, en la cual participó activamente durante las décadas del 30 y 40.

Una realidad plena de fantasías (por Osvaldo Bayer)

Cuando terminé de leer Tierra Maldita me pregunté con reproche: “¿pero cómo, recién hoy, a los 83 años de edad, he leído esta verdadera joya de la literatura argentina?”. Sí, tal cual. Descubrir esta obra literaria de Liborio Justo o Lobodón Garra o Quebracho. Un personaje argentino. Personaje referido no a quien hace teatro representando otra cosa de lo que es. Personaje porque en él se inviste toda una época argentina. Con sus 101 años vividos. Todo y algo más que un siglo. Y qué siglo.



En él se encuentran todas las búsquedas, todas las contradicciones de un joven siempre joven que busca afanosamente la verdad. Más que el afán, como norma de vida: buscar, tratar de explicar lo hasta ahora inexplicable. Y por sobre todo, la búsqueda de soluciones para la humanidad. Sí, así de simple. La obsesión de solucionar los problemas humanos. De allí sus intentos: Marx, Lenin, Trotzky... y después volver a buscar y volver a empezar y romper todos los papeles del pasado y viajar, escribir, explorar afanosamente... y escribir.

Aquí sí que podemos analizar sin equivocarnos. Liborio Justo: las fantasías de la realidad. Hijo nada menos que del general Agustín P. Justo, el presidente de la Nación de la década infame, el sucesor de Uriburu. Sí, de Uriburu, el golpista del 30, el fusilador de anarquistas, el que llenó las cárceles de opositores.
Sí, el padre del autor de este libro, Agustín P. Justo, elegido por el “fraude patriótico”, ese término argentino que ningún extranjero puede entender ni comprender. Lo tratamos de entender sólo los argentinos. El fraude patriótico, tal cual. Justo- Roca, la fórmula presidencial de ese fraude por “patriotismo”, que triunfó. Sí, a su padre lo acompañó como vicepresidente el hijo de aquel Roca, el general, el genocida de la Campaña del Desierto.

Liborio Justo, el hijo del conservador. Pero además nieto por parte de madre, de Liborio Bernal, oficial de Roca, en el genocidio de los pueblos originarios. Una fórmula completa para callar, agachar la cabeza y aprovechar de la buena vida de la alta sociedad argentina inspirada en la Sociedad Rural

Pero, no. Todo lo contrario. Liborio Justo resolvió ya desde muy joven ser distinto. Luchar para cambiar precisamente eso que veía en su padre y su abuelo.

Leer las memorias de Liborio es pasearse en una búsqueda sin renuncias. Y es contagiarse la fiebre de viajar. Viajar precisamente al núcleo formador de la conciencia contemporánea: Estados Unidos de Norteamérica.

Allí, el joven buscador de soluciones viajará varias veces. Pero nada lo convence, como buen joven pleno de principios. Hasta que en la crisis del 30 encuentra en el país del Norte la otra cara: la desocupación y la humillación ante los rascacielos neoyorquinos.

Pero no se conforma con ver el más moderno de los mundos. Quiere ver lo otro, la otra cara. El Paraguay, Chile, Misiones pero también la Patagonia. El Sur.

Y allí abre los ojos. Está todo lo que no ha visto ni ha descubierto hasta ese momento. La naturaleza con todos sus misterios, con todos sus colores, dolores, admiraciones. Lo humano y lo otro que lo rodea. La tierra, las “cosas”. ¿O Dios?

No, no puede haber un Dios que arroje barcos contra las rocas de las costas. Pero sí el frío, la nieve, el hielo eterno en sus témpanos, las tempestades, el viento. Y el observador escribe todo eso. Lo transforma en literatura. Pero en la forma sucinta más magistral que tiene la literatura: el cuento, la narración breve. Saber encerrar todo en un cofre de cuatro páginas. Suficiente: el ser humano, sus miedos, su capacidad de maravillarse, el odio, la mano criminal, la camaradería, el soñar, el querer penetrar en lo nuevo, lo maravilloso, el comprobar si hay Dios detrás de todo eso, o si está un todopoderoso demoníaco en los vientos, en las olas, en los hielos eternos y sus soledades.
Cómo hacer para salvarse en el total desamparo.

Explicar todo en un cuento, en un relato, todo como una problemática humana y un final. Y el autor lo logra. Ésa es la alegría del lector.

La tierra maldita es el título para después explicar en el subtítulo lo que verdaderamente busca: Relatos bravíos de la Patagonia salvaje. La tierra brava de la Patagonia salvaje y de los mares australes, todo lo que todavía hay que descubrir. La otra Patagonia. No la de las ovejas y la blanca lana. (Sí, la de los loberos por ejemplo que van a cazar a palos a los lobos marinos.) Por “irresistible ansias de aventuras” o ¿sólo por dinero? Ambas cosas.

Petreles y albatros, toninas que saltan en el agua, pero de pronto las sombras. Con todos sus miedos y amenazas. Grandiosidad del horizonte. Pero el protagonista exhausto de soledades.

Y siguen los relatos. Esta vez, los náufragos. Los navíos despedazados entre rocas y glaciares. Los muertos, los esqueletos, un anillo de oro en los huesos de un dedo de la mano. Siempre lo humano.

De pronto oír los monstruos nunca vistos. Adivinar su existencia pero no comprobarla. La duda, que terminará en las leyendas. Los monstruos siempre vivos en la mente de los buscadores. La aventura, pero la imposibilidad de describirla, es decir, la duda siempre presente. ¿Es así como lo siento o es todo una pesadilla que se vive en el momento?

La Patagonia y sus misterios.

A medida que avancé en la lectura de los relatos creí volver a leer el Herman Melville del Moby Dick y su ballena blanca. Pero lo que en este autor gocé en cincuenta páginas, este Liborio Justo me lo entrega en cuatro. La misma sensación. Profundo arte en el misterio. Las brumas del terror. Sí, el volcán llamado Terror. La infinita pequeñez del hombre pero su imaginación para la búsqueda sin límites. Los descubridores. El huracán del sur y de pronto, diamantes. ¿Diamantes o sueños de fiebres?

Pero también los ladrones. Y los defensores de la propiedad, que se les acercan pero con otros métodos. Perder la vida por una oveja mía, mía, en ese paisaje sin límites. El fuego de los caños con gatillo en vez de abrir los brazos para abrazar los cielos, las nubes, la luna, y desmenuzar la nieve con las manos.

El hombre. El “ser humano” La muerte vil en el escenario delos sueños ilimitados.

El escritor no le ahorra nada al lector. Lo pone frente a todas las circunstancias. Y el lector se siente pequeño ante la grandeza del escenario. Por eso el autor insiste. El hombre. La naturaleza. ¿Qué es todo eso? ¿Por qué una cosa y la otra? ¿Por qué llevarlo al hombre a ese paisaje? ¿Crearle ese paisaje? Otra vez ¿por qué? Y el autor nos mete entre la gente de un barco que naufraga.
Un velero que es aplastado por el hielo. Una mano escribe sus últimos miedos y sus dudas. Las últimas líneas que escribe son las dudas del propio autor: “Todo me hace dudar si no habremos ido avanzando por mares que nos han conducido fuera de los límites de este mundo”. Ésa es la duda. ¿Esos paisajes estarán ya en el más allá? ¿Tiene límites el navegar o se le va adicionando la imaginación? ¿Más, allá, donde la noche ya no presenta ninguna luz?

Ya en las páginas siguientes volvemos a la realidad. Nos enfrenta el autor con los seres humanos que poblaron esas tierras. Nos los presenta: Kaukokiol, el viejo ona, y Ashloen, su hermano. Una historia de la lealtad y de la tristeza que termina con los campos cortados con alambrados de los invasores. Fue cuando
Kaukokiol ya sólo sirvió para cuidar los rebaños de los blancos. Los guanacos se habían ocultado para siempre en lo más intrincado de las montañas. Ese nuevo guanaquito blanco, la llamada oveja, traída desde lejos, había ocupado su lugar.

Ya nos cambia de ruta y nos lleva a la otra realidad que el autor, por supuesto, no se la iba a perder. Nos lleva a “La última travesía”. Los hombres. La guerra entre ellos. El paso por esas latitudes de las flotas de guerra alemana y británica. En la Primera Guerra Mundial. La muerte acorazada. La insensatez llevada al extremo de toda irracionalidad. La torpeza de sentirse fuerte porque se tienen armas. Los hombres en naves acorazadas tratando de demostrar a los cañonazos que son superiores a los otros, que tienen otra bandera. Y eligen esos mares, esas latitudes. Las más fantásticas fantasías de la realidad llamada humana. Llegar a la muerte en la forma más estúpida. Uniformados, a tiro limpio. Ocho foguistas quedan encerrados en las calderas. Mientras siguen sonando los cañonazos. El autor no puede escribir otra cosa que: “Toda la horrible realidad escapaba a su comprensión trastornada”, así nos describe sobre lo que sienten los ocho foguistas. Y sigue: “…mientras tanto el casco del buque los iba sepultando en las inmensas profundidades del mar, trágica, lentamente, para siempre”. Y el propio autor nos pone al final, preguntándonos: “¿Era eso la gloria?”.


El ser humano. En ese paisaje que lo contemplaría curioso. La Europa que venía a demostrar su civilización ante el paisaje del silencio y el reproche de las aguas del inmenso océano.

Después, el autor nos lleva a un barco que navegará hacia las promesas patagónicas. Nos describe sus pasajeros. Tercera clase: “inmigrantes yugoslavos que iban para Magallanes. Obreros para los frigoríficos de Santa Cruz y Tierra del Fuego... policías de los territorios. Aventureros, cazadores. Pero la mayoría eran peones esquiladores que partían con sus cuadrillas, acompañados de sus respectivos capataces”.

Es decir, los que hicieron la Patagonia de hoy. Entre los viajeros estaba una joven venida de Europa para casarse en Puerto Deseado. Una de las pocas mujeres. Ese Sur se iba convirtiendo en una tierra casi sin mujeres. El destino de esa pasajera cambiará justamente en ese viaje de Buenos Aires hacia el Sur. Se enamora de un joven pasajero. Otra vez la maestría del relator. Un caso de tantos. Pero lo humano resalta. Un cuento con un final pleno de sentimientos y tristezas. Profundamente humano. Cerrar el libro y sonreír. La melancolía de la bondad como despedida.

Pero apenas nos da tiempo el autor para una pausa y mirar por la ventana. Sí, allí mismo en el próximo relato nos lleva sin pausa a una “marcha de penurias” por el “ansia de fortuna y la fascinación de lo desconocido... en busca de las pieles plateadas”. Para encontrar la guarida misteriosa del extraordinario animal de piel plateada e intensamente lustrosa. La ballena blanca. El oro. Las pieles plateadas se convertían en oro. Serán ricos los aventureros, pero en el último instante, antes de morir. La ironía cruel de la realidad.


Y ya casi al final, pues, la ballena. La aventura. Los destinos del hombre. Lo desconocido. La prisa de la muerte. Los que quedan para contarla. Pero la vida. Y llegamos al final del recorrido de la Tierra Maldita de Darwin. Que el autor nos muestra como humana, tal vez demasiado humana. Y por supuesto no puede permitirse dejar de describir lo que los nuevos conquistadores de esa Patagonia llevaron allí. Las cárceles más crueles. Allí, para encerrar a los criminales. Crueles que en determinado momento dicen: ¡basta! La sublevación. “En medio de la soledad de la noche, aquella fue una lucha salvaje”. No se ahorra detalles el autor. Una crónica periodística con todos sus pormenores. La huida en una ballenera. Los prófugos: “sus rostros revelaban la varonil fiereza de criminales”. Uno de ellos diría estas palabras que quedan colgadas en el paisaje: “Patagonia... Tierra Maldita. Tierra de los hombres machos y de las almas libres”. Las palabras quedan. ¿Deseos, sueños, rabias? La vida. Liborio Justo ha sabido dibujarla. En ese paisaje. Con las esperanzas.





Liborio Justo, Lobodón Garra, Quebracho. De político a escritor. De revolucionario a observador minucioso sin concesiones. Sí, el mismo que de joven le gritó en la cara al presidente norteamericano Roosevelt, delante de su padre, el presidente Justo, en nuestro Congreso de la Nación: “¡¡¡Muera el imperialismo!!!”.

Tal cual, ése fue Liborio Justo. Nos dejó una vida y una obra. Basta leer estos relatos y el lector se dará cuenta de todo lo que su mente quería expresar. Y lo logró.


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