EVOCACIONES *****Agosto 26, de 1885. Muere en La Plata Matías Behety. Sepultado en el Cementerio de Lomas de Tolosa con el tiempo se descubrirá su cuerpo momificado.

Leemos en Caras y Caretas una semblanza sobre Matías Behety, escrita años después por Rafael Barreda.

Las fiestas que se han hecho en la Concepción del Uruguay conmemorando la fundación del histórico Colegio me traen á la memoria el recuerdo de aquel “chiquilín prodigioso”, que tanto quisimos y que fuera el discípulo de estudios mayores más predilecto del rector Larroque.  Fué de allí que se vino á la metrópoli argentina cubierto su cuerpo, como siempre lo hizo, con la desarreglada indumentaria del bohemio estudiantil, cuando apenas contaba quince años. Ingresó en nuestra universidad donde aprendió la teoría del derecho sin llegar á ser borlado. Goyena,  Estrada, Quintana, Guido Spano, Héctor Várela, Mansilla y cuanto intelectual había por aquel entonces, fueron los amigos íntimos de aquel “hombrecito”,  cuya opinión llegó á respetarse como la de un maestro.
Matías era pobre y vivió pobre, casi en la miseria, frecuentando diariamente la redacción de casi todos los diarios, en las que ayudaba al condimento de los editoriales, á zurrir sueltos, á improvisar folletines ó versos,- que para él todo era lo mismo. Inclinado por temperamento y escuela al romanticismo “lamartiniano”, solía acercarse á las tendencias de Edgardo Poe con cuyo autor hubo quien lo comparara por… las aventuras de su vida, un tanto desordenada. Matías podía haber destacado á ese respecto, entre los “Adolfos” de Henri Murger.
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 Como llevo dicho, Behety estudiaba derecho y llegó á ser el “pasante” indispensable en el estudio del doctor don Manuel Quintana, su amigo y su maestro, que en él depositara toda su confianza, al extremo de que este jurisconsulto entregó, en más de una ocasión, á su criterio las más arduas cuestiones judiciales. Behety se las extractaba, citándole los artículos pertinentes ó concordantes de los códigos y aun á veces, por encargo del mismo abogado, le hacía los borradores de escritos que luego formulaba. Un día avisaron al doctor Quintana que á las tres de la tarde debía informar in voce en uno de aquellos pleitos resonantes. El doctor Quintana, para recordar antecedentes de ese pleito, hace llamar á Behety; Behety no estaba y el expediente lo tenía él. El caso era verdaderamente serio y fué esta una de las rarísimas excepciones en la que el semblante del imperturbable jurisconsulto expresó de lleno la contrariedad de su espíritu. Por fin, Behety apareció cuando no faltaba más que una hora para que el informe in voce se hiciera ante la cámara.- ¿Dónde está ese expediente?- le preguntó Quintana después del consabido “café” como ahora decimos. -Aquí está, -replicó Behety, mostrándoselo. -¿Y qué hago, sin antecedentes? -Tampoco yo los tengo. -¿Y qué hacer ahora? -Por poco te apuras, Manuel. -¿Y cómo crees que yo pueda informar? ¡Imposible! -¡No puedes! –No. -Pues entonces podré yo,  -añadió Behety, y calándose el sombrero y poniéndose el mamotreto debajo del brazo, salió del estudio con dirección á la cámara, llevando en su “personita” el aire de suficiencia que lo caracterizaba. Pocos momentos después se encontraba ante los señores ministros de justicia y un numeroso auditorio, pues habiendo cundido la noticia de que Behety iba á informar, leguleyos letrados y cuanta persona se encontraba en la casa, acudieron allí. Behety disculpó la ausencia del doctor Quintana y entrando al informe lo hizo con tan pasmosa erudición que, al terminarlo, jueces y auditorio, faltando á los usos, no pudieron menos que aplaudirlo estrepitosamente. ¡Qué Pico de la Mirándola!... pico de oro, le pusieron, y el mote se le quedó.
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Y á este respecto me viene á la memoria otro caso en el que nuestro venerable maestro en la gaya ciencia Carlos Guido Spano, su íntimo amigo, fué actor. Encontráronse cierta tarde: -¿Adónde vas? -le preguntó Behety. -A la recepción del ministro brasileño- -Cuanto gusto tendría en acompañarte. –Ven. - No tengo ropa. -Mira cómo yo voy… -Tú vas así porque es tu traje usual; pero yo… -Ven, hombre, y ya te disculparé. –Vamos, que lo más que puede pasar es que me echen.
 Llegaron y, naturalmente “los invitados” llamaron la atención por su indumentaria, allí donde el traje de “frac” era de rigurosa etiqueta. Y no tanto la del poeta, que al fin pocos eran los que no sabían el “capricho de Guido”; pero “aquel otro”… ¿quién era?... ¿quién era aquel otro tipo raro con su Ievitín raído, su corbata incolora, el cuello de la camisa no muy presentable, el cabello despeinado y su cara de muñeco de porcelana? ¿Un periodista? Pues bien pudo, si no lo tenía, pedirlo prestado ó alquilar un frac y demás prendas á cualquier ropavejero… Y todos miraban con desagrado á aquel “buey corneta” que parecía un lamparón en el raso, hasta que llegado el momento de los brindis, el dueño de casa pidió á Guido que hiciera uso de la palabra: -Me va á permitir, el señor ministro que se la ceda á mi distinguido amigo el “doctor” Behety, - contestó el poeta señalando a Matías. Todas las miradas convergieron á éste, los unos curiosos, los otros con altivez, los demás con demostraciones de admiración burlesca; pero Matías cambia la suya con la de su amigo que lo anima en el gesto. Behety habla y concluye de hacerlo de manera tan magistral, que las burlas y los gestos desagradables se trocaron en las más entusiastas demostraciones de respeto y verdadera admiración. Desde ese instante todos se disputaban el honor de hablarle de ir con él… ¿Y la indumentaria?

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Su delicadeza llegaba al extremo… Pasó hasta tres días sin comer,  sin que á nadie se lo dijera. Fundada la ciudad de La Plata, se fué á vivir allí. Un fondero, al que uno de sus clientes embrollaba, le encomendó el asunto, y le salió tan bien que el fondero, agradecido,  le pidió que fuera á vivir á su establecimiento sin pagar nada. Y tanto y tanto suplicó, sabiendo la triste situación porque Matías pasaba, que una tarde Matías se hizo mostrar las piezas desocupadas y deteniéndose en la más pequeña y aislada le dijo: -Bien, aquí vendré á vivir, pero con una condición. –Diga. -Que usted me pase todos los meses la cuenta que yo le abonaré con toda puntualidad. –Mas, señor don Matías, -le contestó el fondero suplicante- si yo quiero que usted venga á vivir conmigo sin cobrarle. –Nada. ó usted me presenta la cuenta todos los meses ó no vengo á vivir á su fonda. -----
-Está bueno, Matías vivió por espacio de algunos meses allí. Comía poco, pero bebía… Llegaba fin de mes y pedía su cuenta. Una noche se presentó al fondero con el rostro abotagado. Llevaba en la mano las cuentas que aun no había satisfecho: -Tome, ahí tiene sus cuentas, -le dijo, -reconocidas por mí bajo mi firma. No puedo pagarle por ahora y me marcho. –Ma, don Matías, si yo no quiero cobrarle. -No sé nada. Volveré cuando pueda pagarle.
Quince días después volvió á la fonda, pidió su cuenta y la abonó íntegra. Le sobraban algunos pesos, pidió el importe de ellos en licores y se hizo acompañar á beberlos por el fondero.
El último período de su vida, se alejó de sus amigos que estaban en auge y sólo se le encontraba en los fondines, tabernas ó bodegones…  Allí se hallaba en su centro, á su anchas, como él decía, usando de su lenguaje persuasivo, salpicado de figuras bellísimas, compartiendo con los pobres lo pobre de su bolso. Y, cosa rara, los que escuchaban sus frases, siempre originales, -aquella gente ruda é ignorante, -sentían por él el mayor respeto. Al pasar una noche por un almacén oí su voz en la trastienda y entré, allí me lo hallé con hombres de baja estofa que lo escuchaban admirados. Me miró y, al reconocerme, me dijo, con aquella gravedad propia de su carácter: -¡Aquí me tienes ilustrando las masas!
Allá, en La Plata, hace tiempo se mostraba un cuartujo pequeño, desmantelado y vacío, diciendo:  -Aquí murió Matías Behety.
Sí, allí murió Matías Behety en el más profundo aislamiento. Cuando sus amigos íntimos fueron á buscar su sepultura señalada por una modesta cruz en el cementerio, el pampero la había derribado, lo que hizo exclamar al poeta Lamberti:
                                                        “¡Hasta las cruces que levanta el pobre
                                                          Son las primeras que derriba el viento!”

Matías Behety fue hermano de María Behety, esposa de José Menéndez, en la estancia que lleva el nombre de su hermana, la biblioteca recordaba su existencia,
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