Con mi personaje inolvidable: OLGA Y YO- Por Jorge Daniel Amena


1979 se desperezaba, entre mayo y junio. Por aquellos tiempos un avión Boeing 727 llegaba a la aerostación, diaria y  puntualmente a la 11:15.

Bota de gamuza forradas con corderito y, por las dudas una bolsa plástica que lejos de calentar convertía los pies en una húmeda arma bacteriológica.
Había pocas calles asfaltadas y llegar hasta los de Zorjan en calle Perito Moreno para sacarse la consabida foto carnet (imprescindible para obtener la cédula territorial ) era toda una aventura.

Luego de muchos cabildeos y varias mudanzas de aquí para allá con cuatro bultos, una maleta y tres bolsos de tela amarilla, con los que caminábamos por el hielo y el barro, logramos alquilar un palacio frente al supermercado que por entonces se llamaba Sados, firmando unos siete millones de pagarés. Estaba entonces, ya instalado y dispuesto a ejercer mi profesión de abogado.

Mas o menos un mes antes había llegado la doctora  Olga María Teresa Cagnola de Segura. Olga vivía en una casa rosada, en Espora al fondo, cuyo rasgo distintivo eran sus pisos de madera pintados de rojo. Y así, instalados dos abogados en el pueblo empezó el combate judicial.Hasta ese momento no había problemas.

Ocasionalmente viajaban desde la capital algunos abogados, los hermanos Witahus, la doctora Chamorro Alaman, Adolfo Merniers y José Salomón.

Nosotros nos convertimos en el elenco estable de la ciudad de Río grande.

Sorprendentemente la gente comenzó a divorciarse. Olga  atendía a los caballeros y yo a las damas (cuestión de empatía). Olga siempre opinó que mis clientas pretendían demasiado y ahí comenzaban las grandes discusiones...

Los únicos  tribunales se encontraban en Ushuaia. Por lo menos una vez por semana había que recorrer los 320 kilómetros para ver el estado de los expedientes o acompañar algún preso que debía prestar declaración. Era normal llevar al detenido y al policía en el auto de uno.

 El Juez Federal era Carlos Sagastume, padre del actual juez Gonzalo Sagastume.
Jorge Segura, el esposo de Olga, era su estrecho colaborador, Mabel Jacobs, mi mujer, oficiaba como mi  secretaria. Era pues, un empate técnico. Aunque en el fragor de la lucha teníamos diferencia de armamento ya que el equipo Olga - Jorge poseía un Citroen 3 CV y nosotros andábamos a pie, por lo tanto viajábamos juntos a todas la audiencias. Diferencia que logramos zanjar gracias a que un día decidí comprar  una rifa en lugar de comida en La Anónima . Era del Club San Martín, el  número era  30042, salió sorteado y pocos días después un señor que por entonces no conocía, de apellido Vucasovic, me entregó las llaves de un Fiat 128 Europa, color mostaza. Ya estábamos a la par, el Citroen de los Segura era azul.

Por mérito propio ellos al poco tiempo cambiaron el viejo Citroen por otro de la misma marca pero modelo "Palas", con sofisticaciones tales como suspensión regulable.

Por aquel entonces, habíamos impuesto el juicio oral, sin tribunal. Los juicios se resolvían de viva voz entre las partes y, curiosamente, el acuerdo llegaba, en otras palabras: la sentencias eran hechas entre todos. Ni un pretor en la Roma de la Republica lo hubiera hecho mejor.

Lo cómico del caso es que nosotros (Olga y yo) aportábamos críticamente el derecho y nuestros "ayudantes" el sentido común. Generalmente, una vez logrado el acuerdo salíamos a comer juntos. "El Porteñito" era uno de nuestros lugares favoritos.

A fines de ese mismo año se sumaba Carlos Andino, quien  compartió la primera Navidad fueguina  en casa.

Así pasaron los años, con el tiempo Olga y yo devenimos  vecinos, nos prestábamos libros, y  nos peleábamos muchísimo.

Olga fue presidente del Colegio de Abogados, miembro del Consejo de la Magistratura; su figura siempre se destaca donde esté,  elegante, vanidosa y gran disfrutadora de la vida ha sabido sobreponerse a muchos infortunios.

Hoy cruzamos la cerca para ver como están las plantas y las flores sembrados en 1982.

Nunca me dio la razón en todo y eso está  bien.

Después vinieron nuevos colegas y las cosas dejaron de ser  tan familiares como lo eran por entonces.

Transitamos distintos caminos, unos acertados, otros no tanto, como todo el mundo. Nos tocaron mundos distintos o quizá demasiado parecidos.

A veces cierro los ojos y veo en  un estrado a dos abogados, los primeros en Río Grande, disputar en alta voz, alegando sobre el derecho de vivir y ser felices. Otro si digo: Pase lo que pase.

Desafortunadamente, muchos no está hoy entre nosotros, afortunadamente quedamos quienes podemos recordarlos, no porque fueran próceres o seres perfectos, sino como parte de nuestra historia, como lo seremos Olga y yo algún día.

Si bien todavía cruzo el cerco de mi vecina de vez en cuando, el teléfono ha suplido los debates tribunalicios, le lleno el patio de hojas de otoño y creo que no se molesta, le pinto la pared de azul y se enoja muchísimo, después me   perdona, o no, pero sucede que sobrevuela una historia de  casi 25 años.


En realidad la idea de este relato es de Mingo Gutiérrez, quien rescata siempre la alegría de los días felices y sepulta en cualquier rincón la desesperanza.

Sucede. Como en aquella vieja Radio Nacional cuando, camino a los tribunales escuchábamos "Hola Che" hace ya mucho tiempo. Algunas cosas perduran, otras no. Sucede.

1 comentario:

Unknown dijo...

estimado yo fui un gran amigo de jorge segura y me gustaria saber de el si esta o ya no 25 años que no lo veo mi nombre es fabian villegas el vivia en el costado de la ruta 3 si me podes dar informacion mi mail es mendocell@live.com