ANTINATURA. Un cuento de Eugenio Mimica Barassi*

Ya no le servían la almohada, los recuerdos, la recopilación mental de las horas junto a Isabelina. El alejamiento era una tormenta que sólo se apaciguaba con ella, con su aroma, con ese bálsamo tan íntimo y particular, y con su cadencia y sus recodos. Pero estaba lejos. No se volverían a reunir hasta después de las fiestas de fin de año, tras cumplir con ese ritual, con esa farsa, con esa intrascendencia de estar en el campo, en casa de su familia, durante aquellos días que antes, en su infancia y adolescencia, fueron añorados y que ahora eran siglos, más que siglos, eternidades.
Sí, visitar a su gente, permanecer con ellos acompañándolos durante Navidad y Año Nuevo, era ya un rito deplorable, fingido. Extrañaba a Isabelina, y sin nada que hacer en medio de la soledad circundante salía a caminar, dejándose empujar por el viento, recordando a la amada que también estaría recordándola allá, en la ciudad ultramarina, ultracapitalina.
Las noches se le hacían insoportables, porque le asaltaban sin piedad los destellos de posesión amatoria. Por eso se levantaba temprano y salía a recorrer los potreros, caminando sobre la llanura amarillenta, reseca y ventosa. Andaba kilómetros. A veces corría, y corría tanto, como huyendo de su propio ardor, como intentando dejarlo atrás, que terminaba por caer, cansada y jadeante entre los matorrales. 
Fue en uno de esos descansos que le llegó patente el aroma de su amor. No era su imaginación, no era el recuerdo. Estaba allí, presente, real. Lo podía oler, provenía de un calafatal enano con flores a punto de abrir sus pétalos amarillos. Se acercó a él hasta rozar su nariz con las ramas, para impregnarse entera con ese aroma, que era igual al de Isabelina, y el deseo la invadió como nunca antes. Despojándose de sus ropas inferiores se sentó sobre el pequeño arbusto, que era la reencarnación de la amada. Se restregó y restregó, y gimió y gimió, hasta que las espinas del calafatal le dieron la satisfacción contenida durante tantos días. Luego volvió a casa, reposada y feliz. Rasgada y sangrante, pero feliz.









*Eugenio es un narrador magallánico de profundas vivencias fueguinas. Miembro de número de la Academia Chilena de Letras.

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