Enrique
Inda, autor de temáticas fueguinas ha encontrado una continuidad poética a su
ensayo en la materia.
Y desde
Buenos Aires nos lo ha remitido como testimonio de los lazos continuos que
mantiene con este sur.
Una familia
de onas cerca del río Grande
Descansa
escondida en la hondonada
Sin fuerzas
por el hambre de semanas.
Los hombres
ya no encuentran
guanacos
salvadores, hay mus pocos, ariscos temerosos
cazados a
balazos por los gringos
de empresas
ganaderas, con miles de lanares,
por su fina
y valiosa piel de invierno.
De pronto
un indio ve una oveja
entre
tupidas matas moras.
Al instante
la bolea, la carnea
Y deja el
cuero colgado del alambre.
Las mujeres, los niños, las ancianas
Las mujeres, los niños, las ancianas
alegres y
contentas encientes un fueguito:
¡Por fin
comerán carne!
Pero los
perros ladran anunciando el peligro
y aparecen
dos jinetes con fusiles y sin una palabra
comienzan
la matanza.
Gritos,
lamentos, maldiciones, la perrada
de los onas
garronean a los caballos.
Un jinete
cae al suelo. Un joven indio enfurecido
lo mata de
un flechazo, al gringo de a caballo.
Suena un
tiro que termina con el joven.
Después,
silencio total, solo se oye
un apagado
grito de clemencia
y el
sollozo lastimero de un niño que agoniza.
¡Se ha
repetido un nuevo crimen
A libra por
cabeza!
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