CUENTOS DE MALANOCHE: Incorregible.


1.- Las tres hermanas llegaron juntas a la casa de la madre y antes de entran el ella debieron cumplir el desafío. Es que la menor gritó: -¡Hasta le esquina!- y así comenzaron a correr. Los primeros metros fueron de paridad pero al rato la menor evidencio una molesta palpitación, la siguiente comenzó a transpirar y a faltarle el aire, y la del desafío tomó la punta y reía y reía. En la otra esquina la esperó a las dos hermanas que llegaron rezagadas y allí se repartieron ademanes de afecto. Los perros ladraban a lo largo de toda la cuadra, y la madre que algo había percibido ya estaba en la puerta, con su batón celeste, haciéndoles señas. Mariela, la ganadora las desafió a dar vuelta a la manzana y ahí mismo arrancó, las hermanas la trataron de loca y tomadas del brazo salieron al encuentro de la madre. La única en carrera despeinó a la madre y le dio un beso, las hermanas se juntaron con la viejita y se quedaron a esperar. Mariela tardó más de lo esperado y ya pensaban en salir a buscarla cuando apareció en la otra esquina del brazo de Angélica, la señora que las había cuidado de niñas cuando la madre atendía la frutería. Había sido la compañía de la misma cuando se fueron yendo las mayores a estudiar al norte, y ahora la ayudaba con el planchado. No conversaban tanto como se reían, Angélica era una más de la familia, y era soltera.

De las tres hermanas una revestía esa condición.

La mayor ya era abuela, la menor iba por el segundo crío, los tenía pensando en la fecha que vendían al mundo para enganchar licencias con vacaciones, era maestra como las hermanas mayores pero no tenía la vieja vocación. Se había recibido en el pueblo y su marido era como ella, maestro.

María iba a emprender sola el camino al colegio internado del norte donde se recibiría de docente, pero al año siguiente estaría Marisa con la misma intención, y la demoraron para que las hermanas fueran juntas.

Las dos eran recordadas por su gran capacidad como educadoras y eran queridas por igual por infinidad de maldormidos.

Pero eran distintas: María era muy inteligente pero feucha, Marisa era tan inteligente como bella. En tanto que Mariela era una hermosa criatura, pero con pocas luces.

Vistas de atrás, y sobre todo cuando corrían desaforadamente no se sabía cual es cual, pero puestas de frente se notaban las diferencias.

2.- María se había casado con el Gringo, un colimba que la conoció primero a Marisa y por ella vino a la casa. Pero al final se enganchó con la mayor. Es que una se dejaba y la otra no, y la simpatía de una se impuso a la belleza de la otra. Ahora María había enviudado y tenía un par de hijos y cuatro nietos.

Marisa no es que seguía soltera, ya estaba en edad de aceptar una definitiva soledad.

Los alumnos en algún momento de su trato se preguntaban porque esa situación, la señorita seguía siendo señorita y no le faltaban condiciones para dejar de serlo.

Y se conjeturaba sobre su identidad y sus propósitos.

Tenía además de las tres la mejor situación económica producto de su liberalidad y su raciocinio.

Ni aun así concretó pareja a lo largo del tiempo.

Marisa sabía porque había cerrado sus puertas al amor. En realidad había otros que recordaban lo que pasó cuando llegó el muchacho aquel a trabajar al banco, el salteño. Y como la serenateaba los fines de semanas en la casa materna. Era un espectáculo tolerado en la casa de estas mujeres, pero que formaba parte de la atracción, escasa entonces, del pueblo de Malanoche.

Hasta que un día le abrieron la puerta.

Después se los pudo ver a la maestra y el salteño tomados de la mano caminando por la playa, entrando juntos a misa, haciendo compras en la quinta de Ramón donde cargaban por diciembre sus bolsas de verdura, y hasta hay quien dice que un carnaval se los vio bailar juntos en 7 de los 8 bailes del club. Para el octavo baile salieron pero no llegaron.

Después el salteño debió viajar, ya estaba comprometido pero debía hacer partícipe de esta situación a su familia, una familia muy tradicional para dar el siguiente paso.

Allá fue solo, puesto que se discutió en familia que no era acertado ante esa gente de prosapia presentarse así de improvisto, aunque se pensó que podría hacerlo con la madre o la hermana menor de chaperona.

Pero el serenatero partió solo.

Al tiempo llegó una carta que según se supo estaba encendida de amor. Marisa la leyó callada ante la familia, y luego guardó silencio. Se encerró en su cuarto para salir lagrimeante una hora después. Llevaba un sobre que alcanzó a despachar en el correo.

Del salteño no se volvió a tener noticias.

Alguien contó, por el lado del Banco, que el muchacho abrió en su Salta la carta con alegría, pero que esta sensación se desdibujó cuando apreció lo que tenía entre sus manos: era su misma carta de encendida pasión, pero salpicada de rojo, producto de las correcciones que a su deficiente ortografía hacia la maestra sureña, con la que pensaba unirse de por vida.

El muchacho guardó la carta en el bolsillo, salió de amigos, más tarde de serenatas, y no volvió nunca a Malanoche.

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