LRA 24 en Malvinas.


Malvinas 1982. Miguel Bersier, el ya desaparecido ex director de nuestra emisora recordó para la revista EL RIO su viaje a las islas, en medio del conflicto.
LRA 24 en Malvinas.
Resulta difícil separar lo meramente anecdótico de las sensaciones emotivas que aún quedan sólidamente grabadas en la memoria, sin embargo y a la distancia, trataremos de evocar esa extraña experiencia.
Veníamos de las vivencias que nos habían marcado los sucesos de 1978, con todas sus implicancias de inminente conflicto bélico, que sabíamos, hubieran podido ser dramáticas, sobre todo aquí en Tierra del Fuego, donde el llamado “Teatro de Operaciones” no era en ese momento el más favorable.
Distendidos a partir de aquel diciembre del 78, merced a la gestión de la Santa Sede y a la oportuna recapacitación de los actores del drama en ciernes, creíamos alejada para siempre la sombra de una conflagración, sin embargo aquel amanecer del 2 de abril de 1982, nos volvió a angustiar con el mismo ominoso fantasma. Y esta vez no era la perspectiva de una lucha contra vecinos y hermanos, se trataba nada menos que haberle pisado la cola al león.
Después de años de paulatina y sostenida integración con los inquilinos forzados de nuestras islas, habíamos logrado un camino lento pero posible hacia la solución racional del conflicto, hasta escuela Argentina teníamos allí.
No se trata aquí de analizar las motivaciones políticas o etílicas que habían para tomar la decisión de recuperar el archipiélago, sabemos como terminó y cuanto tiempo perdimos a partir de entonces para recuperar el estado de situación del primero de abril, eso lo dirá la historia.
La anécdota que nos convoca para esta columna es el viaje que hicimos a Malvinas apenas una semana después del comienzo del conflicto.
En las últimas horas del 9 de abril, una llamada telefónica por parte de un oficial de la Fuerza Aeronaval, nos invita participar, junto a otros periodistas del medio, a viajar al día siguiente, bien temprano, hasta Puerto Argentino. Demás está decir que no vacilamos un instante en aceptar emocionados y curiosos el convite.
El sábado 10 de abril, a las ocho, estábamos todos listos y dispuestos para abordar el Foker F 28 en la Base Aeronaval, donde embarcamos en una luminosa mañana de temprano otoño rumbo al este, apurando el encuentro con el tibio sol de ese día y ansiosos de avistar las festoneadas costas de nuestras, ahora sí, Islas Malvinas.
Tuvimos, en ese breve trayecto, la oportunidad de charlar con quién había comandado la operación del 2 de abril, el Almirante Busser, quién nos fue adelantando numerosos e importantes datos para nuestra ubicación geográfica y las características especiales de la situación por aquel momento bastante tranquila en la capital de la isla mayor.
A nuestra llegada nos recibieron cordialmente los militares que cubrían casi todos los ámbitos del terreno, desde el aeropuerto hasta la ciudad, que es lo que logramos recorrer.
Hacinados en un pequeño vehículo militar, fuimos directamente hasta Puerto Argentino, uno de los periodistas, creo que Ochoa, de Canal 13, encendió su grabador en modo reproducción, llenaron la ruidosa cabina del Jeep, los acordes de nuestro Himno Nacional. No recuerdo haber cantado nunca con tanta emoción y entusiasmo las amadas estrofas de la Canción Patria, después vinieron las recriminaciones por el “golpe bajo”, de Ochoa y el enjugarse tímidamente las lágrimas.
Para quién conoce Tierra del Fuego, la geografía malvinense es muy parecida al norte de la isla, prácticamente igual a la zona de Cañadón Alfa o Cullen, incluso la cercanía del mar y las suaves lomas cubiertas de verde hierba y numerosos turbales.
La edificación predominante es parecida a las viejas casas de Río Grande o los cascos de nuestras estancias fueguinas.
Donde, naturalmente, empezamos a sentir la diferencia, fue en los letreros de edificios y calles, todos en inglés, y algún sobresalto repentino, cuando por fuerza de la costumbre mirábamos para el lado equivocado, la posible llegada de algún vehículo local, aparecían donde menos los esperábamos, por la izquierda...
Visitamos algunas oficinas públicas, por ejemplo: el correo. En esa semana ya habían logrado traer un montón de formularios y nuevas (o viejas) costumbres burocráticas para reemplazar el tradicional sistema isleño de una señora que repartía la correspondencia, sin mayores protocolos que quedarse a conversar un rato o tomar una taza de té.
Después fuimos a la Radio, que ya se había rebautizado como LRA 60 Radio Nacional Islas Malvinas. La gente comisionada desde Buenos Aires para hacerse cargo de la emisora sufría numerosas dificultades de comunicación con el personal, muy reducido, que seguía trabajando con hosca actitud. Sin embargo, es oportuno recordarlo, no se impuso ni el idioma ni el cambio drástico de programación, se seguía transmitiendo el fútbol inglés de los sábados a través de la BBC, y el servicio de mensajes a los pobladores del área rural. Aprovechamos para establecer con nuestros colegas del Servicio Oficial de Radiodifusión, un sistema de comunicación y colaboración para enviar programas, discos, cintas y diverso material para la radio local, además de una red de comunicación diaria entre Comodoro Rivadavia, Puerto Argentino y Río Grande la que se mantuvo en vigencia hasta casi el final de la guerra.
La intención de obtener algunos testimonios periodísticos con los habitantes de la ciudad se frustró permanentemente, a pesar de expresarles nuestra actitud pacífica en correcto inglés. Por esos días estaban casi todos, absortos, sorprendidos y, por qué no decirlo, muy enojados por haber perdido su bucólica paz, y que se les hubieran repleto de turistas indeseados, verdes y de otros colores, las tranquilas y onduladas calles de ese bastión colonial del Atlántico Sur.
Solo cuando ingresamos a iglesia católica, enmarcada por un imponente par de huesos de ballena, la comunión con la fe nos permitió un diálogo algo más distendido con el sacerdote de ese templo, quién en términos algo más civilizados y desprendido de odios y rencores, trató de explicar la postura de sus feligreses, que desde luego, no pudimos menos de compartir.
El almuerzo se realizó en un modesto pero pulcro comedor del, creo que único, hotel de la comarca. Todavía recuerdo el menú: pescado hervido, con papas ídem, y agua, no se acostumbra el vino por esos pagos, y la cerveza parece que se reserva al consumo, bastante generoso, en los pubs. Aprovechamos para estrechar vínculos y experiencias con colegas de los medios periodísticos y de televisión de Bs. As. Iniciando una amistad que en algunos casos duró mucho tiempo.
Tratamos de hacer algunas compras, pero como es de imaginar, no querían aceptar nuestra moneda o simplemente negaban la existencia de productos que veíamos expuestos en los mostradores.
Menos difícil fue lograr tomar un trago en uno de los pubs, o bares, a condición de sentir casi físicamente la dura mirada y absoluta actitud hostil de los parroquianos que integraban el local.
Una solitaria y reflexiva caminata por la zona de la costanera nos permitió apreciar las similitudes y diferencias que nos unían o separaban. Las igualdades se centran especialmente en las características geográficas y climáticas, con algo de parecido en la arquitectura y medios económicos, dedicados casi exclusivamente en el área rural y algunos servicios, en cuanto a las diferencias, sin duda la primera es el idioma, luego las particularidades étnicas, que naturalmente, son muy distintas al conglomerado multifacético de Tierra del Fuego. No obstante, y a pesar de su declarada vocación británica, los isleños no se parecen a los ingleses de la metrópoli, cosa que pudimos comprobar y comparar, algunos años más tarde, cuando visitamos Londres y nos sentíamos muy cómodos con la cordialidad que recibimos. Nuestra condición de turistas argentinos, no significó ninguna clase de discriminación ni limitación. Ocurre con ellos algo parecido a los colonos galeses del Chubut, se quedaron en el tiempo de la conquista, viven algún siglo atrasados.
Después vino el regreso, con pena por no contar con más tiempo para permanecer, y con temor por lo que intuíamos como inevitable: la reacción violenta que vino después, pero ese es tema para otra historia...

Miguel Bersier
Ex Director de LRA 24

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