Caminando Buenos Aires.


La visita a la gran ciudad nos hace partícipes a los pueblerinos del sur de vivir intensas sesiones de caminata.
Allí no vamos a tomar un taxi por seis cuadras, el clima hace aceptable el desafío de andar, aun cuando el calor se nos vuelva insoportable, o el frío invernal nos ponga nostálgicos de la meteorología patagónica.
Ayuda en mucho la fisonomía urbana;los árboles, aquí a veces insospechados para el hombre de la estepa, allá componentes indispensables para la anhelada sombra; las vidrieras puestas con esmero apuntando a nuestro bolsillo con precios que resultan extraordinarios para la línea de asalto que representan los que dejamos en el pago lejano.
Si somos de allá, y estamos de regreso, nos asaltarán nostalgias porque en nuestra ausencia todo ha ido cambiando, y tratamos de descubrir figuras que otro tiempo, espacios que no aceptamos se puedan haber perdido o mutado sin nuestra intervención.
Si somos extraños a esa historia nos llenamos de preguntas y caminamos y caminamos gozando de los beneficios del anonimato.
Andamos de aquí para allá y al rato sumamos bolsas que acumulan nuestras compras y adoptamos la botellita de agua, porque no es cosa de deshidratarnos: las prevenciones que antes servian para evitar que los viejos tenga el denominado golpe de calor ahora alcanzan a todas las edades.
Parece raro andar y andar sin encontrar una cara conocida. En una esquina -9 de julio y Moreno- nos detenemos ante un lustrabotas. Es una vereda ancha y de un lado y otro lucen brillantes zapatos de distintos modelos, masculinos y femeninos, grandes y chicos. Le preguntamos sobre tamaña exhibición y el hombre nos dice: -Son zapatos que nos dejan clientes antes de ir a sus obligaciones. A la tarde los pasan a buscar y pagan. ¡Cuantos por día, amigo!. El hombre hace un silencio y luego aclara. En realidad estos de aquí estan esperando sus dueños. Estos otros nunca los vinieron a buscar y los tengo a la venta... ¿Nos les interesan? Estan a buen precio. Me dejo seducir pero mi hijo tironea de mi brazo, le repugna pensar que alguien pueda usar los zapatos de un extraño.
Al poco tiempo renovamos calzado una zapatería, zapatos apropiados al clima que estamos viviendo, y pensamos en lo que nos podríamos haber ahorrado. Ademas, eran zapatos amansados, y estos...¡estos tal vez nos vayan a hacer sufrir!
Así es que de un momento para otro, en ciertas calles de Buenos Aires, nos encontramos con las figuras públicas de nuestro sur caminando con tranquilidad y eso nos sorprende. Son los mismos que desde su sitial lleno de responsabilidades ya no conocen el barrio del cual salieron, y cuando andan sueltos en las calles de sus mandantes lo hacen con escolta y séquito y en medio de particulares medidas de seguridad.
Pero allá, en Callao y Corrientes…: ¿Quién son? -¡Nadie!
Y es tan agradable sen nadie por un momento, pero no en un pueblo perdido, sino en la gran capital.
¿ este no es el legislador aquel? -¡Si es el mismo y nos reconoce!-Y conversamos con él amablemente cuando nuestra último acercamiento en la provincia fue cuando fuimos a su casa para escarcharlo.
¿Y este otro? ¿Con quién anda que no es su mujer?
Caminar por la gran ciudad implica una tregua.
Así lo sorprendió la cámara a Néstor Kirchener. ¿Quién era él entonces? Tal vez solo un intendente de la lejana Río Gallegos. Una calle porteña lo mostraba preocupado vaya a saberse en que cosa. No había nadie que lo siguiera, que lo acompañara, que lo cuidara. Otros señores de su entorno se mostraban encerrados en su mundo, era según parece gente de allí, y acompañaban su andar con pesados atachés y los todavía voluminosos movicom.
Ni el mismo Néstor se imaginaba que estos y otros pasos lo llevarían a un sitial donde ya no sería posible caminar tranquilo por una calle cualquiera de la gran ciudad. Y los que lo veían nunca se imaginaban que quien pasaba por ahí alguna vez estaría allá, tal alto. Como tal vez ocurra hoy con otros hombres y mujeres que desde distintos confines del país caminan y caminan por el Buenos Aires cautivante, de siempre

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