De la tradición, Patagonia y cabalgaduras.

La situación de encontrar en cada 10 de noviembre el Día de la Tradición parece hermanada a José Hernández y su Martín Fierro; y con ella una veneración al gaucho y sus hábitos ecuestres.

Álvaro Barros (foto), primer gobernador de la Patagonia, reflexionó sobre el uso del caballo en la milicia, y nos hizo ver que por mas gauchos que fueran sus hombres había cierta logística fatal para las cabalgaduras.

Es cuando hacía referencia a los problemas que se tenía con aquella pieza del apero que separa y une –al mismo tiempo- al hombre y su animal:

LA MONTURA

La mal entendida economía que reina en nuestra administración pública y los hábitos del despifarro que a favor de la falta de administración militar existe en nuestro ejército, así como la facilidad que se tiene de reemplazar el caballo inutilizado, hacen que nadie se aperciba de la importancia que tiene en las operaciones de guerra la calidad de éste. Y en nuestro ejército, desde el general hasta el simple soldado, cada cual contribuye, en su esfera, a la cruel destrucción de aquel noble y útil animal.

La montura que se da a nuestros soldados se compone de las siguientes piezas:

Un freno de hierro colado de lo más ordinario que sale de las fundiciones de Alemania, y que salta en pedazos al menor choque o esfuerzo.

Las riendas y cabezadas son de cuero blanco mal curtido, cuyas costuras se desatan en la primera mañana de su uso, pero cuyo material humedecido con el rocío de la noche, se descompone como si fuese de cartón estirándose hasta cortarse, por la acción de su propio peso puede decirse. Antes de ocho días, el soldado en campaña, al frente del enemigo tal vez, carece de brida para poder gobernar su caballo y suple a esta falta como Dios le ayuda.

Para poner sobre el lomo del caballo, el soldado recibe dos jergas de una y cuarta varas cada una, imitación hecha en Europa de aquellas que se hacen de lana en Córdoba. Estas son tejidas con hilo de cáñamo o algo más áspero, envuelto en pelusa de lana y transparente en su estado flamante como un linó. Esta pieza, de escaso volumen para defender el lomo del animal de la acción del basto bajo la gravitación del cuerpo del jinete, apenas se humedece con el sudor del caballo suelta toda la pelusa suave y quedan todos los hijos de cáñamo desnudos, formando cuadros como una red de pescar, pero que tiene la rigidez y aspereza de una lima de acero. Sobre este instrumento devastador va una pieza o sea carona de suela de escasísimas dimensiones, y sobre ella un lomillo cuya configuración parece hecha a propósito para multiplicar el poder de la jerga bajera, como una segunda rueda dentada. Todo este aparato se sujeta y oprime con una cincha, cuyas abultadas argollas de fierro, obrando sobre costado del caballo que la escasez de la carona deja al descubierto, labran allí la piel de manera que en algunas horas de marcha presentan horribles y sangrientas llagas. En cuanto al lomo del caballo, la labor se opera por acción combinada del lomillo y de la jerga, a impulsos del doble movimiento del caballo que anda y del cuerpo del jinete que gravita.

Cuando una columna de nuestro ejército ha hecho marchas cuatro días, en el momento en que los soldados desensillan sus caballos, pasad a sotavento de los grupos y os veréis forzados a taparos las narices, tal es la fetidez que despiden las llagas de los lomos.

Por aquellas máquinas de deslomar, el gobierno paga más o menos 15 pesos fuertes, pero cada una de ellas destruye a lo menos 15 caballos por año que cada uno cuesta al erario 20 duros, haciendo un total de 300 duros. Es decir, que la montura cuesta 15 duros pagaderos al contar, mas 285 pagaderos en varios plazos dentro del término de un año. Más el éxito no alcanzado frecuentemente por falta de caballos, y la pérdida deplorable de muchos valientes soldados, que por falta del caballo, o la montura, quedan a merced del enemigo.

¿Se dudará todavía de nuestro pésimo sistema económico? Pero en la pampa no hay estancias y el caballo inutilizado no puede ser repuesto con el caballo del estanciero, violando así su propiedad. Y con monturas como la que dejamos explicada, llegaríamos a pisar las tierras de los indios con nuestros propios pies, por haber inutilizado las caballadas en la marcha previa que debe hacerse antes de entrar de entrar el terreno de las operaciones activas.

Innecesario creemos exponer cuan desastrosas consecuencias nos traería aquel fracaso, debido principalmente a la economía que se cree hacer en la montura militar de 15 pesos.

El mas pobre gaucho de nuestra campaña, con menos dinero, tiene una montura de primer orden, sin duda porque entre su montura y el lomo de su caballo, no germinan las ganancias de variados caracteres, que se complican en las proveedurías, produciendo llagas profundas.

El gobierno puede, sin embargo, proporcionar al soldado, con el mismo o con muy poco más dinero, la sencilla y buena montura que necesita para poder conservar sano y útil su caballo, y par su propio alivio y descanso.

El freno debe ser de hierro batido, como se hacen en el país, y que sólo se inutiliza gastándose con el uso natural.

Las riendas, bozales y correas deben ser de suela de buena clase, cortada a lo largo de cuero y sólo de la parte superior de él, dejando la barriga y el pecho para otros usos, pues el cuero es allí delgado, débil y en el uso de correas, etc., se estira hasta cortarse sin esfuerzo. Todas aquellas correas deben tener el ancho necesario, y las costuras hechas con el mismo material, no con hilo, para que resistan en el uso a que son destinadas. Y como un modelo en apoyo de lo que venías exponiendo, examínase la montura que lleva el primer carrero que trafica en la ribera o en las calles de Buenos Aires; compárase cualquiera de sus piezas con las que recibe el soldado de nuestro ejército; póngase el caballo del carrero, gordo, reluciente y vigoroso, frente al patrio abatido, degradado, hediondo moribundo, del soldado de la frontera, y se comprenderá entonces lo poco que pude valer en el combate el soldado de nuestro ejército a pesar de las altas calidades que posee el soldado argentino.

Después de la brida, sin la que el soldado no puede dirigir su caballo, el basto es la pieza más importante para la conservación del animal en buena salud. En lugar pues del lomillo labrador, que nadie usa en la campaña por lo difícil de encontrarlo bien construido, se deberán adoptar los bastos que usan todos los trabajadores allí y todos los carreros en la ciudad; pero el basto grueso, bien construido y con materiales de buena calidad, unido uno a otro por dos correas. Bajo el basto, una carona de suela cuyas dimensiones llenen el objeto de su destino; cubrir y defender ambos costados del caballo. El lomo se cubrirá con un pedazo de buena lona y sobe ésta dos jergas dobles, de las que fabrican en Córdoba, Santiago y en casi todas las provincias, como también los indios. La lona tiene la ventaja de no absorber el sudor del caballo, conservándose por tanto secas, flexibles y livianas las jergas que van sobre ella; a la vez que el sudor, corriendo por el cuerpo del caballo del caballo hacia abajo, lo lava y lo preserva de ser lastimado.

La cincha, basta que sea de buen material y bien cosida y proporcionada, como son todas las que hay en venta, con excepción de las que se hacen para el ejército, que ningún otro las compra por ínfimo que sea su precio.

Para mitigar la dureza del asiento, debiendo servir de colchón por la noche, se da al soldado una pieza que es un sarcasmo cruel. Consiste en una tela de algodón, áspera como una estera de esparto, teniendo de trecho en trecho unos mechones de algodón retorcidos y teñidos de negro, que son otros tantos mendrugos que pondrían al soldado en continua tortura si éste no renunciase a favor del caballo, haciéndolo servir de bajera.

El soldado deberá colocar pues sobre el basto una bolsa de lona de 5 cuartas de largo por 3 de ancho, con abertura a lo largo en el centro de ella. En esta bolsa o maleta colocará su manta de abrigo y cubrirá el todo con un gran cuero de carnero, y una correa que lo envuelva y lo sujete.

Será provisto de una valija que colocará en la grupa, asegurada en el basto por dos correas fuertes, y en esa valija sólo llevará sus provisiones de reserva; en la parte delantera del basto tendrá colocación el poncho, doblado y asegurado por dos correas, y pendiente al costado derecho, la bota de cuero curtido en que conservará el agua, mejor que en caramañolas que tan fácilmente se inutilizan y no contienen cantidad suficiente.

Cada soldado recibirá además tres bozales, con tres cabestros de tres varas de largo cada uno, para los tres caballos que le corresponden, y una manta de lona delgada para cubrir con ella el caballo, a fin de defenderle de los insectos (tábanos y mosquitos) que le acosan y le devoran cuando se le quita el recado, con asimismo de la helada que le inutiliza completamente si le toma con el lomo húmedo del sudor.

A esto se agregará un estribo de suela sujeto al basto por una correa fuete, destinado a recibir la culata del fusil, que con el portafusil se sujetará por su parte superior a la cintura del soldado. En esta disposición el arma está menos expuesta a ser estropeada y molesta menos al jinete en la marcha.

Estas son las principales reformas que consideramos indispensables para prevenir las necesidades del soldado, bajo los rigores de la intemperie en el desamparo de la pampa.

En cuanto a la caballería y artillería las reformas se limitarán a la calidad de los materiales y tal vez al sistema de su conservación.

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